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Cuando estamos ante un reloj antiguo es inquietante imaginar las épocas por las que pasó. Guerras, revoluciones, periodos de paz,… toda una suerte de acontecimientos que nos impresionarían si los conociéramos. Personas a las que perteneció, relojeros que lo repararon,… forman parte de esa historia misteriosa que se esconde tras un reloj antiguo.
El reloj que vemos a la izquierda podemos situarlo en el periodo de la Restauración borbónica. Se hizo en algún lugar de Francia, en el Franco Condado, unas décadas después de la Revolución francesa, en un periodo que podemos establecer entre 1815 y 1848. Como siempre ocurre en la historia de la relojería, el reloj es un reflejo del gusto de la época y del lugar en el que se fabricó. El arte de la relojería, que evoluciona a lo largo de siglos, tiene en cada momento de su historia un conjunto de saberes que son aplicados en los relojes que pertenecen a ella. Las formas de las cajas, los procedimientos para hacer cada parte del reloj, los motivos artísticos de moda o por el contrario en desuso, son determinantes en el hacer relojero de cada época.
Este reloj tiene un mecanismo comtoise a pesas. Escape de paletas sobre rueda catalina, y la regulación del movimiento se hace mediante un péndulo. La suspensión del péndulo es de hilo. Dispone de sonería por rastrillo y caracol, de horas (con repetición) y medias, sobre campana. Rastrillo recto. Sonería sin preparación impulsada por resorte. La pieza ornamental superior es de latón fundido. La esfera de porcelana tiene numeración romana para las horas y arábiga en los cuartos.
La primera Restauración y el Imperio de los Cien días. Waterloo.
(Fuente: Historia Moderna y Contemporánea Universal y de España, por María Comas de Montáñez, Ediciones Sócrates, 1972)
[…] «Los aliados decidieron restaurar a los Borbones en el trono de Francia; un hermano de Luis XVI, el conde de Provenza, fue proclamado rey con el nombre de Luis XVIII (1814-1824). Éste firmó el Tratado de París, por el que Francia quedaba reducida a los límites anteriores a la Revolución, y publicó una Carta constitucional, que establecía un Gobierno parlamentario y concedía a sus súbditos las conquistas civiles de la Revolución; pero al querer mantenerse en una actitud intermedia entre los absolutistas y los constitucionalistas, descontentó a ambos bandos. Esto, unido a la desilusión que produjo el Tratado de París, que anulaba los esfuerzos conquistadores de una generación francesa, creó un estado de opinión contrario a los Borbones, que aprovechó Napoleón, quien desde la isla de Elba, estaba al corriente de la situación. Burlando la vigilancia inglesa, desembarcó en Provenza, y después de una marcha triunfal se instaló de nuevo en Tullerías, y Luis XVIII tuvo que huir a Bélgica. Este segundo reinado de Napoleón duró Cien días.
Los soberanos europeos, que se encontraban reunidos en el Congreso de Viena, discutiendo el arreglo del mapa de Europa, declararon a Napoleón enemigo de la paz pública y organizaron un poderoso ejército, derrotándolo definitivamente en Waterloo (Bélgica, 1815). Napoleón, después de abdicar en su hijo, intentó embarcar para América, pero los ingleses, a los que había pedido hospitalidad, le declararon prisionero de guerra y lo trasladaron a la solitaria isla de Santa Elena. perdida en medio del Atlántico Sur, donde murió seis años después». […]
La segunda Restauración y las revoluciones en Francia. Reinados de Luis XVIII.
(Fuente: Historia Moderna y Contemporánea Universal y de España, por María Comas de Montáñez, Ediciones Sócrates, 1972)
[…] «La definitiva derrota de Napoleón (en 1815) permitió, por segunda vez, la restauración de los Borbones en Francia, en la persona de Luis XVIII, hermano del guillotinado Luis XVI (pues el hijo de este, Luis XVII, no llegó a reinar).
Luis XVIII (1814-1824), ya en su primera restauración – antes de los «Cien días» -, promulgó una Carta otorgada que, con ciertas limitaciones, establecía un Gobierno parlamentario y respetaba las conquistas civiles de la Revolución. Hábil político, quiso mantenerse entre absolutistas y liberales, y dar una amplia amnistía; pero no pudo evitar evitar los excesos cometidos por los realistas exaltados contra los antiguos revolucionarios y los bonapartistas, que se unieron contra los Borbones. Su sucesor y hermano Carlos X (1824-1830), jefe de los absolutistas, emprendió una serie de reformas que significaban la anulación de las conquistas civiles de la Revolución. Esto provocó la revolución de julio de 1830, que duró tres días. Carlos X tuvo que refugiarse en Inglaterra, y fue proclamado rey de los franceses el duque de Orleans, de ideas liberales, con el nombre de Luis Felipe (1830-1848), que juró la Constitución. La bandera blanca de los Borbones fue sustituida por la bandera tricolor.
Luis Felipe se apoyó en la rica burguesía y hubo un corto periodo de paz, durante el cual se conquistó Argelia; pero tuvo enfrente no sólo a los legitimistas y bonapartistas, sino a los republicanos y socialistas, de ideas políticas más avanzadas, que reclamaban el sufragio universal y reformas que mejoraran la condición económica de los obreros. La negativa del Gobierno a conceder estas reformas provocó la revolución de febrero de 1848, que obligó a Luis Felipe a huir, después de abdicar en su nieto el conde de París. Se constituyó un Gobierno provisional de republicanos y socialistas, que proclamó la Segunda República y convocó una Asamblea constituyente, elegida por sufragio universal. En esta Asamblea tuvieron gran mayoría los republicanos moderados, los cuales apartaron del poder a los socialistas, y sofocaron sangrientamente los desórdenes y tumultos provocados por éstos. La nueva Constitución otorgó el poder legislativo a un Parlamento, y el ejecutivo a un presidente, que fue elegido por sufragio universal, recayendo la elección, por gran mayoría de votos, en Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del emperador Napoleón, cuto apellido arrastró a las masas a su favor». […]