Cómo tratar a tu librero

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Hace algunos años, apareció en una web dedicada a la Bibliofilia, una lista de normas sobre la forma en la que la gente debería tratar a sus libreros. (La dirección era: www.bibliofilia.com. , no estando actualmente operativa).

Aunque se desconoce el autor de estas recomendaciones, cabe decir que son aplicables también al trato con otros artesanos como relojeros, encuadernadores, restauradores, etc.

Sin más preámbulos, pasamos a reproducir tan utilísimos consejos.

Primera norma

Debe tratarlo con la generosidad de un príncipe napolitano. Efectivamente, estas librerías que usted conoce, y siento desengañarle si alguna vez fue tan ingenuo como para creer otra cosa, no son entrada, sino barrera, frontera y tierra de nadie diseñada, precisamente, para impedir que usted encuentre lo que busca. Atravesar este campo minado de libros, digamos, “normales”, no va a resultarle demasiado fácil.

Segunda norma

Al librero, generalmente, no le interesa el dinero y, por lo tanto, le molesta, e incluso le repugna hablar de precio. Regatear, entonces, podría ser un error fatal. A no ser que usted sea masoquista y, verdaderamente, le guste que le traten mal, le recomiendo encarecidamente que no lo haga. Un comentario desafortunado en este sentido le invalidará inmediatamente como posible cliente. El resultado es que nunca encontrará lo que busca y el librero se complacerá en hacerle pagar caros los deshechos que había pensado regalar a la biblioteca de un hospicio. Tampoco será extraño que, tras escribir cuidadosamente su nombre, su dirección y el libro que busca, tire el papel a la basura antes de que usted haya salido de la librería. Recuerde a Ramón Gómez de la Serna “Intentar ahorrar a toda costa es una de las cosas que más envejece”.

Tercera norma

El librero no tiene, a diferencia de un vendedor de aspiradoras, clientes. Tiene amigos y enemigos. Le conviene ser amigo suyo. No le pregunte nunca como va el negocio (ni esto es negocio, ni puede ir nunca bien), por su familia (el gremio tiene una altísima tasa de divorcios), ni de donde ha sacado los libros (eso se cuenta sólo a la Guardia Civil y cuando no queda otro remedio), ni por qué se dedicó a esto (es algo que el librero se cuestiona todos los días de su vida), ni ninguna otra pregunta idiota. Si usted quiere ganar su amistad le recomiendo regalarle una Montblanc de gama media, unas chuletas de cordero o una simple llamada telefónica el día de su santo. Tener un amigo librero es una magnífica inversión, usted no se puede imaginar a la gente que conoce, ni todo lo que puede conseguir con una carta.

Cuarta norma

El librero, aunque sea por capilaridad, sabe bastante más que usted. No le explique que ese libro ya lo leyó usted en el año 62. Sea humilde y recuerde esa noble inscripción de la Alhambra de Granada “Si me dices que no sabes, te enseñaré hasta que sepas. Si me dices que sabes, te preguntaré hasta que no sepas”.

Quinta norma

En la medida de lo posible no los moleste. Hacen, para conseguirle un libro, cosas impensables. Respete su trabajo. Son algo más que una máquina donde usted echa el dinero y salen los libros. Tienen, como todo el mundo, su corazoncito.

Bibliofilia