Nota: Artículo publicado en El correo de Ultramar (parte literaria ilustrada, Año 26 – Nº 752. Se trata de una reseña de 1867, sobre el libro de Pierre Dubois, Histoire de l’Horlogerie, publicado en 1849.
La relojería propiamente dicha nació en la Edad Media; pero puede decirse que estuvo en la infancia hasta el siglo XV inclusivamente.
En el siglo XVI todas las bellas artes se perfeccionaron; los muebles y los utensilios más comunes vinieron a ser obras maestras en las manos de oscuros obreros, que de repente se transformaron en grandes artistas, y también en historiadores del orden más elevado, pues con el cincel y el buril escribieron en el mármol y la piedra de diversos monumentos públicos y privados que aún subsisten, magníficas páginas arquitectónicas en las cuales hicieron revivir los hechos mas notables de la historia sagrada y de la mitología pagana.
En aquella época de regeneración intelectual, la relojería no podía permanecer estacionaria, y así fué que hizo entonces notables progresos no solo en Francia, sino también en Inglaterra, Alemania, Suiza, etc.
El siglo XVII ocupa un puesto importante en la historia de la relojería, puesto que le debe en gran parte a los trabajos de Galileo, Huyghens, Hautefeuille y otros varios astrónomos y mecánicos de Francia, Alemania e Inglaterra.
Mas llegó el siglo XVIII, que sobrepujó en mucho a los anteriores por el crecido número de buenos relojeros que produjo. Estos, por sus magníficas invenciones, no menos que por la excelente ejecución de sus obras cronométricas, se consideran como los maestros del arte, pues hasta el presente sus émulos del siglo actual no les han sido superiores.
Trazar todas las fases de esta ciencia que Montaigne creía con razón que es una de las más bellas invenciones del entendimiento humano; decir los nombres de los sabios que han contribuido a su grandeza; describir sus obras, y por medio del grabado representar sus principales productos, dando además las reglas mejores y más fáciles para ejecutar todas las piezas mecánicas o astronómicas descritas antes, tal es la tarea larga y delicada que se propuso un relojero célebre, M.P. Dubois, en un trabajo del que vamos a tomar los datos para componer esta noticia histórica.
La historia de la relojería, que tan a menudo ha sido tratada en todas las lenguas, es sin embargo poco conocida hoy: la mayor parte de las obras relativas a este vasto y curioso asunto, fueron escritas en latín, y por consiguiente no se hallan al alcance de todo el mundo, y además, estas obras han venido a ser rarísimas. Es pues hacer un verdadero servicio a las personas que se ocupan de relojería, bajo el punto de vista práctico y teórico, el reunir en un solo cuerpo los materiales de esta historia, esparcidos en una multitud de tomos y de opúsculos.
El autor ha dividido en dos partes su trabajo: la primera, que comienza por la historia de la medición del tiempo en la antigüedad, remonta al origen de la relojería, atraviesa rápidamente la Edad Media, se desarrolla con el renacimiento de las artes en Europa, y termina en el reinado de Luis XIII inclusivamente.
La segunda parte, que empieza en Luis XIV, traza sucesivamente las sabias y magníficas invenciones que se hicieron en la relojería desde el siglo del gran rey hasta nuestro tiempo, concluyendo el libro con una lista biográfica de los relojeros más célebres.
Desde luego, se comprende la variedad e interés que presentan estos anales de la relojería, cuando se piensa en los nombres ilustres que en ellos figuran, desde Haroun el Raschild hasta Carlos Quinto, desde Gerbert hasta Galileo, desde Pascal y Huyghens hasta Breguet, y otros sabios contemporáneos franceses y extranjeros. Es una honra para esta ciencia el contar a Carlos Quinto entre sus principales adeptos. Citemos sobre este punto un pasaje del libro que nos ocupa:
“Carlos Quinto hizo más que interesarse por la relojería; se aficionó con pasión a esta hermosa ciencia. Sabido es que después de haber dejado voluntariamente su corona imperial, queriendo terminar su vida en el retiro, encontró en su amor a las artes mecánicas un gran recurso contra los enojos de la vida solitaria. Llamó a Jannello Turriano, uno de los primeros matemáticos de su tiempo, para que habitase con el en el monasterio de Yuste; y allí, estos dos hombres, célebres por distintos conceptos, se ocuparon en componer piezas mecánicas sumamente curiosas, y cuyos maravillosos efectos, asombraron a los monjes. Turriano y su ilustre émulo construyeron sucesivamente gruesos relojes con despertador, que señalaban el día del mes, y otros automáticos muy complicados. Carlos Quinto se habría considerado un hombre muy feliz si hubiese logrado arreglarlos simultáneamente; pero por más trabajo que se tomaba, veía con dolor que todos ellos variaban más o menos, y que daban la hora con algunos minutos de intervalo. Con efecto, el vendedor de Francisco I y el político más profundo del siglo XVI, había emprendido una cosa imposible. En su época se hacían piezas de relojería maravillosamente trabajadas; pero a nadie le estaba dado hacerlas andar sin perturbación. Galileo no vivía aún, y Huyghens no había aplicado la péndola a los relojes.”
Los principales autores que han escrito en Francia durante el siglo XVIII sobre la relojería, son J. Alejandro, Thiout, Lepaute, y F. Berthoud. Todas estas obras son preciosas sin duda, pero no pueden ya ser útiles a los relojeros actuales, que habiendo seguido los progresos de la ciencia, han abandonado en gran parte los principios y los procedimientos de sus antecesores. Únicamente los libros de Berthoud conservan algún crédito entre los prácticos, que los consultan aún, cuando tienen que ejecutar piezas complicadas. Berthoud merece el favor de que ha disfrutado: como relojero y como sabio hizo progresar a la ciencia, y sus obras no tienen más defecto que el de haber envejecido un poco, y de no hallarse a la altura de la cronometría moderna. Ahora se necesita otra cosa, y M.P. Dubois satisface completamente las necesidades de la época.