Manuel Bueno Bengoechea (1874 – 1936)

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Manuel Bueno Bengoechea
Fuente de la imagen: Palabras al viento, PUBLICACIONES DE LA JUNTA DE CULTURA DE VIZCAYA, 1952

Un gran escritor

Decir que uno no es muy dado a la novela requiere aclaración. Hay novelas y novelas. Algunas son tan malas que podría decirse que son obra de escritores que no lo son. Es misión del lector separar el grano de la paja, y descubrir a los impostores, que como dicen en Galicia a propósito de las brujas “haberlos haylos”. Las otras, las buenas novelas, dan testimonio de la grandeza de sus autores.

Manuel Bueno fue periodista y escritor. Azorín lo situó dentro del grupo de escritores de la Generación del 98. Con los años, su nombre fue cayendo en el olvido, pero basta leer sus novelas para reconocer al gran escritor que fue.

Nació en Pau en 1874. De madre vasca y padre argentino, pasó sus primeros años en Bilbao. Cuenta Tomás Borrás en el prólogo a “Palabras al viento” (recopilación de artículos de Manuel Bueno, Publicaciones de la Junta de Cultura de Vizcaya, 1952) que “Su madre le hizo entrar en un convento, dónde estuvo, de hábito, en calidad de lego o donado. Y me parece recordar que el convento era el de San Francisco. Debió de ser entre los siete y los doce años de Manolo, porque a sus trece se escapaba a la Argentina, emigrante de los de dormir en cubierta”.

De regreso a España, poco tiempo después volvió a cruzar el Atlántico, esta vez rumbo a Cuba.

Tuvo afición a la lectura desde joven; rasgo que se repite una y otra vez en los grandes escritores, y es cosa común a todos ellos.

Poniente Solar

En Poniente solar, una de sus grandes novelas, recrea la España de finales del siglo XIX. El protagonista, Juan Herrera, recuerda en ciertos rasgos biográficos al propio Bueno.

Otra de sus grandes novelas fue Los nietos de Dantón. La última que escribió, en Madrid y Barcelona, entre diciembre de 1935 y marzo de 1936.

Párrafo de Poniente solar: […] “Y todos estábamos contentos, porque el español, teniendo un sitio donde opinar a gritos sobre lo que no entiende, una mesa de juego donde tentar a la suerte y una ventana para asomarse a la calle y ver pasar mujeres, se considera en la antesala del cielo” […]

En otra parte del prólogo de Tomás Borrás ya citado, se refiere como sigue a la forma de escribir de Manuel Bueno: “Escribía con las cuatro calidades de Tácito: conciso, incisivo, sentencioso, elegante”.

El Café de la Montaña

En 1899 Bueno y Valle-Inclán riñeron en el Café de La Montaña. La disputa fue a mayores y acabaron peleándose. A resultas de la pelea Valle resultó herido en una muñeca. La herida se infectó; después se gangrenó, y hubo que amputarle el brazo.

Trágico final

Manuel Bueno murió el 11 de agosto de 1936. Tres semanas después del inicio de la Guerra Civil española, un grupo de milicianos lo sacó de su casa en Barcelona y lo asesinó. Su cuerpo apareció al día siguiente.

Los fabricantes de famas oficiales le dejaron en el olvido. No fue ni será el último. Pero su obra merece ser recordada y leída. Por su recuerdo, o simplemente por el placer de leerle.

Los nietos de Dantón

Fragmento de Los nietos de Dantón, en el que Manuel Bueno, al igual que hizo en Poniente Solar, retrató la España de finales del siglo XIX:

[…] “¿Qué hacía entonces el español? se nos preguntará. El burócrata, ir lo menos posible a la oficina; el militar, asistir al cuartel a las horas de servicio; el señorito, cortejar a las mujeres y beber vino; el comerciante, cambiar los artículos de su especialidad por numerario; el clero, mantener a la gente en el temor de Dios; la prensa, contribuir a la confusión de las opiniones, y la marina, guardar los barcos en los fondeaderos”.

Solamente la literatura se esforzaba por reanudar una tradición de nobleza espiritual interrumpida en el siglo décimo octavo y las obras de Menéndez Pelayo, Galdós, Pereda, Varela, Clarín y la Pardo Bazán nos reabilitaban intelectualmente ante el mundo. La política era un pudridero. No se hacía más que hablar y salir, sin grandes escrúpulos, de los apuros del día. Cánovas, no obstante su poderoso talento, se había estacionado en el mandarinismo que convierte un país en el feudo de una oligarquía. Aquel hombre creyó que restaurado el régimen ya no quedaba nadaque hacer, y en cuanto a Sagasta, su escepticismo senil se dió por satisfecho concediendo al país unos derechos, de cuño democrático, que solo le permitieron adquirir una más clara conciencia de su abyección, pues ni en el campo ni en la ciudad pudo hacerlos efectivos nunca. A lo que se tiraba era sencillamente a que la monarquía perdurase, porque a su sombra vivían millones de parásitos más o menos voraces y en cuanto sonaba una voz contra el régimen y aquella voz ponía en peligro lo establecido, el poder público, alarmado, apresurábase a corromper al maldiciente y a saciar el apetito del rebelde con alguna concesión o dádiva.  La monarquía se sostuvo años y años corrompiendo a todos los elementos peligrosos, porque no pudiendo apoyarse en la conciencia popular que nunca ha existido, resultaba más cómodo y menos oneroso tener contentos a los que gritaban y eran capaces de subvertir el orden. Eso, en la península. A las colonias iba lo peor de cada casa, sin otra ilusión que la de enriquecerse esquilmando aquellos territorios. Civiles y militares, con raras excepciones, pasaban una temporada en las islas y se volvían aquí a disfrutar tranquilamente del fruto de sus rapiñas. La vida era en España suave y cómoda, hasta que estalló en serio la última insurrección que consumió los soldados por millares y las pesetas por millones”. […]

Página autógrafa

Página autógrafa de Manuel Bueno
Página autógrafa de Manuel Bueno. (Fuente: Las mejores novelas contemporáneas VIII, Editorial Planeta, 1966)

Uno no deja nunca de leer a escritores a los que admira, como a Manuel Bueno. Siempre se vuelve a ellos. Son como esos viejos amigos de los que nunca nos separamos.