Cuando en 1794 condenaron a muerte a Lavoisier, el presidente del tribunal que dictó la sentencia pronunció la frase: “La République n’a pas besoin de savants” (La República no necesita científicos). Fue ejecutado el mismo día. Al parecer, el matemático Lagrange comentó a Delambre al día siguiente: “Sólo un instante para cortar esa cabeza. Puede que cien años no basten para darnos otra igual”. El trágico final del genial químico francés – y de miles de franceses incluido el propio rey de Francia Luis XVI – nos lleva a inquietantes reflexiones.
La Revolución francesa ha pasado a la Historia con una imagen edulcorada en la que suele realzarse lo positivo, y omitirse – o justificarse – la barbarie. Al citar el lema de la Revolución: Liberté, Égalité et Fraternité (Libertad, Igualdad y Fraternidad) normalmente no se dice la última parte del mismo: “… ou la mort” (… o la muerte).
En el libro de Simon Schama, Ciudadanos (Editorial Debate, 2019) – excelente monografía sobre la Revolución francesa en un solo volumen – uno de los capítulos lleva por título: “¿Enemigos del pueblo?: invierno-primavera de 1793”. Todo rebelde a la Revolución, o a ojos los tribunales revolucionarios, que fuese sospechoso de serlo, acabó en la guillotina. En el oeste de Francia, en la región de la Vendée, los campesinos se rebelaron contra el nuevo régimen. Rebeldes contra revolucionarios. Contra una revolución que les había quitado a su Dios y a su Rey. Simon Schama nos habla del sentir de los rebeldes: […] “Mataron a nuestro rey, expulsaron a nuestros sacerdotes, vendieron los bienes de nuestra iglesia, se comieron todo lo que tenemos y ahora quieren arrebatarnos los cuerpos…; no, no los tendrán” […].
En el Bulletin du Tribunal criminel révolutionnaire (Boletín del Tribunal criminal revolucionario), se recogen las actas de las sesiones de los juicios a María Antonieta y los llamados girondinos. Es tremendo ver hasta donde llegó el horror de una maquinaria administrativa burocrática destinada a cortarle la cabeza a la gente.
La Vendée – Vengé, Reynald Secher
A partir de los 80 del siglo pasado, el historiador francés Reynald Secher investigó las masacares de los revolucionarios en la región francesa de la Vendée. En su libro Le Génocide Franco-Français. La Vendée-Vengé (Presses Universitaires de France, 1986) documentó hechos hasta entonces desconocidos por la mayoría de la gente, franceses incluidos.
La Revolución se inició en 1789; en 1792 se sucedieron rápidamente los acontecimientos y finalmente fue abolida la monarquía. A comienzos de 1793, en enero, los revolucionarios decapitaron al rey. Se abrió así un periodo que es conocido como del Terror.
El 24 de noviembre de 1793 la Convención ordenó el arresto de todos los miembros de la Ferme Générale, incluido Antoine Laurent de Lavoisier. La Ferme Générale tenía la función del cobro de impuestos. Se trataba de un viejo sistema de arriendo de impuestos de las monarquías, cuya tradición se remontaba a la Baja Edad Media. La institución anticipaba los impuestos a la monarquía, y a cambio, esta le concedía el privilegio de recaudarlos. Era un procedimiento en virtud del cual la monarquía ahorraba gastos en burocracia y la Ferme Générale obtenía un beneficio por hacerlo. Por su función recaudatoria, sus miembros eran odiados.
En la mañana del 8 de mayo de 1794, Lavoiser y el resto de los miembros de la Ferme Générale, fueron condenados a muerte por un tribunal revolucionario. Murió en la guillotina esa misma tarde.
Carta a Benjamín Franklin
En 1790, 4 años antes, Lavoisier escribió una carta a su amigo Benjamín Franklin en el que entre otras cosas le hablaba de la situación política que se estaba viviendo en Francia:
[…] “Después de haberos comentado lo que pasa en la química viene el caso de que os hable de nuestra revolución política. Nosotros la consideramos como realizada y sin posibilidad de vuelta atrás. Existe aún, sin embargo, un partido aristocrático que hace esfuerzos vanos y que es evidentemente el más débil. El partido democrático es el más numeroso, y tiene de su lado a la instrucción, la filosofía y las luces. Las personas moderadas que han conservado su sangre fría en esta efervescencia general, piensan que las circunstancias nos han llevado demasiado lejos, que es lamentable que haya sido obligatorio armar al pueblo y a todos los ciudadanos, que no es político colocar la fuerza en manos de los que deben obedecer, y que es de temer que el establecimiento de la nueva constitución vuelva a levantar obstáculos frente a aquellos mismos a favor de los cuales se ha hecho”. […]
Antoine Laurent de Lavoiser fue el fundador de la Química moderna. Con el se abandonaron las supersticiones de la vieja alquimia y se establecieron las bases y el lenguaje de la Química. Nació en 1743. Su padre fue procurador en el Parlamento de París. A los 5 años perdió a su madre y pasó a vivir con su familia materna. Estudió en el Collège Mazarin. En 1761 comenzó la carrera de abogado, que terminó en 1764 con el grado de licenciado. En 1765 presentó a la Academia de Ciencias de París su primer trabajo químico: Un ensayo sobre el análisis del yeso. Un año después concursó con una memoria sobre alumbrado público, en un concurso convocado por la Academia de Ciencias parisina. Ingresó en la Ferme Générale a la edad de 25 años. Su trabajo en esta sociedad le llevaría a la guillotina 26 años después. Murió a la edad de 51 años. Una edad temprana incluso para la época. Su pérdida fue uno de los logros de aquella famosa revolución.